Los monstruos, la oscuridad, los ruidos y algunos animales son algunos de los generadores más comunes de miedo en los niños. Qué hacer y qué evitar para que ayudarles, cuándo es normal y cuándo no. En esta nota te quitamos algunas dudas.
Texto: Nora Vega
Aunque el miedo es algo totalmente común y universal, el grado de temor depende de la personalidad de cada niño. Todo comienza a partir del primer año y se vuelve un poco más fuerte a partir de los cuatro. Entonces, ¿es normal que se sienta incómodo ante ciertas situaciones? Totalmente, porque en este proceso aprenden a cuidarse y a sobrevivir.
Cuando son bebés pueden reaccionar con sobresalto o llanto; más tarde, además de llorar, intentan evitar a toda costa la fuente que les causa el temor y buscan la compañía de un adulto que los proteja. Ante esta situación siempre es mejor ir poco a poco para convertir la experiencia negativa en positiva, de modo a que quieran repetirla. Cambiá el “No tengas miedo” por la siguiente frase: “Ya sé que te da miedo, pero...”. El objetivo es ayudar a tu hijo a controlar sus miedos.
A medida que van creciendo, los niños los miedos van cambiando. A los nueve meses aproximadamente, los bebés lloran frente a los desconocidos y se esconden. Luego el temor a estar solos se acrecienta y es por lo que lloran cuando se separan de uno de los padres. Esto generalmente ocurre cuando inician la guardería.
Los niños de cuatro a seis años usan más la imaginación y creen, por ejemplo, que alguien les va a agarrar desde abajo de la cama. Ellos no son capaces de distinguir lo real de lo que no lo es. Esta es la etapa en la que aparecen los aterradores monstruos (que parecen casi reales). Es importante que los padres les transmitan tranquilidad y les ayuden a poner sus sentimientos en palabras.
Reforzar los vínculos familiares y los lazos entre padres e hijos es lo primordial en todo este proceso. Hay que acompañarlos en sus emociones para que puedan ir superando esta etapa y ganando autoconfianza. Lo importante es la comprensión. No hay que restarle importancia al miedo. Todo lo contrario, hay que brindarle apoyo y alentarlos a superar ese temor con paciencia.
Una herramienta que puede ayudar es la literatura y uno de los libros recomendados (que se puede encontrar en El Lector) es El libro de los miedos, de Donaldo Buchweitz. El ratón le teme al gato, el gato le teme al perro, el perro le teme al león y el león le teme a la oscuridad. Pero, ¿hay razón para tener miedo? Un divertido libro pop-up que puede servir de gran utilidad.
Por otra parte, los doctores dicen que algunos miedos son evolutivos, es decir, aparecen en las diferentes etapas de desarrollo del niño y van en relación con su maduración neuropsicológica y la adquisición de nuevas habilidades cognitivas. Van cambiando según la edad. Según los expertos, los padres y cuidadores deberían conocer estos miedos para saber cuándo llegó el momento y conocer la mejor manera de encauzarlos o manejar la situación, para no conducir al desarrollo de fobias.
“Las fobias son miedos que resultan excesivos o irracionales. Cuando el miedo se convierte en fobia, no cabe esperar que desaparezca por sí solo, por el mero paso del tiempo. La fobia infantil se convierte entonces en una fuente importante de sufrimiento para el niño y para sus cuidadores, que puede llegar a causar una disfunción grave en el desarrollo del niño, no sólo a nivel emocional o psicológico, sino también en el desempeño académico y en la socialización”, cita el libro Los niños, el miedo y los cuentos. Cómo contar cuentos que curan, de los psicólogos Ana Gutiérrez y Pedro Moreno.
Pero, entonces, ¿qué es lo que no hay que hacer? Los padres suelen recurrir al miedo para hacer que los niños hagan lo que ellos quieren, por ejemplo: para dormir la siesta, para que no toquen el enchufe, para que no crucen la calle y otras situaciones similares que les hacen tener miedo innecesariamente para controlar su conducta. Según los especializados, esta es una práctica educativa que, aunque consiga que el niño obedezca en ese momento, puede originar a la larga problemas más serios.
¿Cuándo solicitar ayuda? ¿Cuándo deja de ser “normal”? Cuando las fobias son progresivas, es decir, no desaparecen o cuando no hay un indicio racional que justifique a un ataque de pánico, cuando no hay real amenaza y cuando esa intensidad excesiva se vuelve frecuente, se debería investigar la causa. Ante cualquier duda lo mejor es consultar con un psicólogo infantil, que es el experto en ayudar a identificar y resolver el problema.
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