Esta es la historia de cómo la casa de campo de un aviador se convirtió en un hotel con dos aviones estacionados a unos metros de la ruta.
Texto: Micaela Cattáneo
@micaelactt
Fotografía: Nadia Monges
Ariel Cáceres es piloto comercial y aviador militar en situación de retiro. Sentado en el asiento de un Fokker 100 recuerda lo que decía de niño cuando su padre lo llevaba a descubrir aeronaves en reposo en la sede del Grupo Aerotáctico: “algún día voy a tener mi propio avión”. Hoy, dos de esas máquinas de alas enormes están estacionadas en el predio de la que era su casa de campo, en Loma Grande. ¿Cómo y para qué llegaron hasta ahí?
Ariel también es director de una empresa que forma tripulantes de cabina (azafatas, pilotos, despachantes de vuelo, etc.). De hecho, el Fokker 100 es un avión que se utiliza, entre tres a cuatro veces al año, como plataforma de entrenamiento para los estudiantes. Anteriormente, estaba ubicado en el Aeropuerto Silvio Pettirossi, pero debido al costo de las tasas de alquiler de plataformas en nuestra terminal de aviones, decidió —junto con su esposa— trasladarlo a Loma Grande, una ciudad de Cordillera ubicada a 70 kilómetros de Asunción.
Por supuesto, un avión 10 metros más grande que una ballena azul no pasaría desapercibido para los vecinos. La gente se acercaba frente a la casa e imitando una práctica común de antes, aplaudía para que los dueños atendieran. Una tarde, Ariel se levantó de su siesta, y vio cientos de autos alrededor de la casa. Pero como el avión no estaba completamente armado, solo permitió fotos por fuera.
Cuando por fin se completó la última pieza del rompecabezas, abrieron las puertas de su casa y empezaron a recibir a familias enteras que venían de todas partes para conocer el interior del avión. Ante la demanda, habilitaron una cantina, y con el correr de los días, empezaron a recibir solicitudes de hospedaje. Así nació el Hotel del Rancho, donde hoy, el Fokker 100 es un restaurante de comida de campo casi todo el año, excepto en esas tres o cuatro jornadas de entrenamiento de los futuros tripulantes de cabina.
Al lado del hotel está el predio que preserva el Boeing 707 de la extinta LAP (Líneas Aéreas Paraguayas), el segundo avión que Ariel trasladó hasta Loma Grande. “La condición para que la Fuerza Aérea nos ayude fue que este avión emblemático se convirtiera en un museo de aviación”, cuenta.
Y así fue. El Boeing 707 es todavía más grande que el Fokker 100 y en sus extensos 46 metros de largo atesoran uniformes, valijas, fotografías y otros objetos que fueron donados por los comandantes y azafatas que pertenecieron a la compañía. Es un pasillo estrecho cargado de memorias, de momentos impresos en blanco y negro, y de réplicas de avionetas que exponen lo mejor de la aviación de la época.
El recorrido por esta reliquia se hace aun más interesante, ya que los turistas pueden salir a tomar fotografías desde una de las alas del avión e imaginar lo divertido que será lanzarse desde la puerta trasera con una escalera inflable hacia la piscina que corre por debajo. Es uno de los tantos proyectos a futuro que revela Ariel. El acceso al museo y a la piscina tiene un costo de G. 50.000 por persona, y está disponible de 8:00 a 21:00.
Por otro lado, el Hotel de Rancho cuenta con siete habitaciones que valen desde G. 400.000 hasta G. 500.000, con desayuno incluido. Los huéspedes tienen acceso a ambos predios. Los turistas que quieran pasar el día en la piscina del hotel deben abonar G. 10.000. Sin embargo, no pueden ingresar con bebidas y comidas. El restaurante instalado en el Fokker 100 ofrece un menú ranchero elaborado al tatakuá: asado, cerdo, sopa paraguaya, chipa guazú, entre otros platos.
Hasta Semana Santa tienen una promoción con la que podés hacerte socio por G. 680.000 anual, membresía que incluye un hospedaje durante el mes y la posibilidad de celebrar tu cumpleaños en el Boeing 707, discoteca a bordo incluida.
“Este emprendimiento surgió de las circunstancias, nos adaptamos a lo que el mercado sugirió”, responde Ariel, aún sorprendido por cómo se dieron las cosas. Hoy, el jardín de la que fue su casa de campo es el escenario donde ve cumplido su sueño de pequeño, con el plus de que, ahora, puede escuchar lo que su anhelo genera en otros: “por fin me puedo subir a un avión”.
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